
A sus dieciséis años, el señor Armán, escondía tras su flequillo unos ojos alargados de color verde, cada tarde fijaban su mirada en una chica rubia, preciosa, desarrollada para su temprana edad y con unos andares armoniosos e hipnotizantes. Esa chica abarcaba sus cuantiosos e intensos momentos de imaginación placentera en su pequeña habitación, situada en el internado del Seminario.
David Vicente Castro
No hay comentarios:
Publicar un comentario