En el espejo del cuarto de baño se reflejaba una cara alargada y de tez lechosa con unas entradas que adquirían el rango de calvicie. Los ojos, de un vulgar marrón, grandes y saltones, eran dos bolas a punto de ser expelidas de sus órbitas. Y destacando en el rostro, como un tosco subrayado, sobre una mandíbula y bajo una nariz ganchuda y prominente, brotaba un mostacho negro de pelos escasos pero recios como cerdas.
José Miguel Sánchez Corros
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