No es que me entusiasmara la comida rápida de los restaurantes de Estados Unidos, pero aprovechando las ofertas de dos por uno me llenaba por cuatro dólares y, al no necesitar luego merienda, conseguía ahorrarme unos centavos para el envío mensual de dinero a La Habana. Aquel tipo me abordó a la salida de la hamburguesería en la que solía comer los martes: “Mírame, muchacho, ¿no te gustaría llevar un día todas estas medallas?” Con su uniforme militar y su rapada a cepillo me pareció una réplica a tamaño humano del muñeco que le había comprado a mi sobrino por su cumpleaños. “No, señor”, le respondí, “tengo ya la colección completa de insignias de guerra, venían de promoción con los Whoppers.”
César Sánchez Ruiz
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