La noche que por fin pudieron amarse sin tener que huir de miradas ajenas, la luna permaneció inmóvil en el cielo mientras la tierra daba dos piruetas sobre sí misma. Entonces eran ya dos pequeñas siluetas de movimientos lentos consumidas por el compás del tiempo que, sólo por aquella vez, se saltaron las leyes de la gravedad y bailaron juntas sobre las nubes.
Elisabet Baurier i Montmany
viernes, 2 de noviembre de 2007
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