martes, 13 de mayo de 2008

MICRORELATOS DEL CONCURSO (VII) y últimos

Condiciones atmosféricasAna Montilla

Hacía tiempo que había dejado de insistir a mis padres para que me llevaran al zoológico, y un domingo mamá irrumpió en la habitación con una inexplicable sonrisa, diciendo que me vistiera rapidito, que ese día era ideal para la ocasión. Estaba contando no sé qué sobre las condiciones atmosféricas, que la humedad amansa a las hembras, y dejan que las personas cojan sus bebés, que ya vería la foto tan bonita que me iba a sacar con una cría de ualabí.¡Date prisa,¿quieres?!
Papá sostenía una pipa entre sus dedos, nunca le había visto fumar. Mi madre se ajustaba constantemente las sandalias porque:¡O me cortan la circulación o las pierdo por el camino!
Estaban disfrutando mucho porque a veces miraban muy fijamente la piscina, pero cuando las focas palmeaban o hacían cabriolas, me rodeaban muy pero que muy fuerte por los hombros y abrazándome me decían:¿Te estás divirtiendo hijo? yo asentía. De verdad parecía que lo estaban pasando en grande porque reían estrepitosamente, hasta se les saltaban las lágrimas y caían en la coca-cola. Sería por las condiciones atmosféricas.
Delante de los ualabíes, a mi madre se le resbaló la cámara y se estropeó, como no pudo fotografiarme, empezó a llorar. Mi padre había desparecido. No llores, murmuré secándole las lágrimas. Dijo que esto era una catástrofe, que no entendía cómo esos animales dejaban que cualquiera tocara sus crías.
Que sepas que nunca voy a dejar que te hagan daño, yo te voy a querer siempre, mi niño, dijo abrazándome muy fuerte dejándome casi sin respiración.




El veneno de Judas
Tebu Guerra

La madre vertió unas gotas del veneno en el termo y lo disolvió en el cacao. Para asegurarse, machacó las pastillas y mezcló el polvo con el huevo.
Guardó la comida de su hijo en la mochila con dibujos, el termo rojo y el bocadillo de tortilla con queso. Y la de su ex marido la introdujo en la bolsa de deportes, el termo amarillo y el bocadillo de tortilla con tomate.
Cuando se despedían en el jardín, junto al árbol, el ex marido insistió: - Me estás ocasionando problemas, ¿a qué viene esto ahora? Al niño no le hace falta el móvil. – Ella respondió con una sonrisa, sincera, y le besó la mejilla. Mientras los veía alejarse, cada uno con su mochila, se preguntó si Judas habría sentido lo mismo que ella. Se pasó la mano por la cara, no tenía marca, pero aún le dolía.
A las dos ya tenía la duda. Aunque se había puesto de tope hasta las tres, estaba contando los minutos. Si el teléfono no sonaba, llamaría ella. Consiguió convencerse, lo había explicado bien, era un teléfono para niños, tres teclas, tres números de teléfono: mamá, mamá trabajo, y abuela. El niño no podía equivocarse.
A las tres y media no pudo más y marcó el número de su hijo. Hubo un largo silencio antes de que su ex marido rompiera a llorar. La ex madre salió al jardín y miró hacia árbol, la cuerda del columpio aguantaría su peso.




Mal trago
Teresa Esmatges

–¿Su marido es alcohólico, señora?
No podía dar crédito a lo que me estaba contando aquella pandilla de médicos incompetentes en un frío pasillo de hospital.
–¡No, claro que no!, doctor.
–Pues eso no es lo que nos dice su maltrecho hígado.
Julián yacía semiinconsciente a causa de una pancreatitis aguda. Después de perseguir a todo profesional que me encontraba al paso para que me diera un pronóstico, va y me sueltan esa tontería.
Sí, todos bebemos, pero cuál es la diferencia entre beber mucho y ser alcohólico. ¡Bah! Se ha puesto de moda que todo sea una enfermedad. Así nos colocan en un grupo de insanos. Los alcohólicos, los ansiosos, los alérgicos, los celíacos, los adictos, los depresivos… ¡Podrían limitarse a hacer su trabajo y no hacernos sentir como si fuéramos delincuentes de nuestro propio cuerpo!
En una semana Julián despertó.
–¿Te encuentras bien, cariño? Tranquilo, estás en el hospital.
–¿Qué me ha ocurrido, Magda? Estoy muy cansado, inquieto y este hedor me pone malo.
–Creo que esta mañana, si no te mareas al levantarte, podrás ducharte.
Cuando iba a entrar en el baño me ofrecí a ayudarle, me contestó que podía solo. Oí correr el agua y en unos segundos el estrépito que hizo Julián al desplomarse. Grité para que viniera algún profesional. Acudieron dos enfermeras.
–Apártese, señora, su marido se ha bebido entero el litro de colonia que usted inocentemente le ha traído.




Persecución
- Joan Altimiras

Giré imperceptiblemente la cabeza para mirar de soslayo si aún me seguía. Había mucha gente y mi campo de visión era reducido. Aproveché un espejo a en la entrada de un parking para observar mejor. Estaba allí, a unos diez metros, los ojos clavados en mí nuca. Aquella pesadilla ya duraba casi dos meses.
Me seguía a todas partes, preguntaba a todo el mundo. Lo sorprendí más de una vez agazapado detrás de un árbol incluso hablando con algunos de mis compañeros ¿qué le estarían contando? Se interesó por mi ex-mujer. Una tarde, había preguntado a mis hijos por su padre, a la salida del colegio. Hasta visitó a mis padres.
Cambié de ruta, de hábitos, intenté dejar indicios falsos. Todo inútil.
–¿Por qué me estás persiguiendo?
Aquella tarde otoñal, bajé los brazos. Dejé de escapar y entré con parsimonia en el primer bar que salió a mi paso, para celebrar mi derrota con una copa de vino. Él se sentó en una mesa del fondo, al abrigo de los alaridos de las tragaperras, las voces de los clientes, el zumbido de la cafetera. Ya no me observaba, escribía frenéticamente en su cuaderno. Yo no dejé de observarlo, clavado en el taburete, en un permanente escalofrío.
Hasta que vi que, con un gesto enérgico, trazó una especie de rúbrica y empezó a mirarme de nuevo, arrellanándose en la silla.
Comprendí que la pesadilla se había fundido como el rastro de una estrella fugaz. Había terminado su relato sobre mí.

1 comentario:

Anónimo dijo...

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