viernes, 1 de febrero de 2008

NUESTRO PROFESOR GALARDONADO




EL UNIVERSAL.COM - 24 NOVIEMBRE 2007


–¿Te has enterado? Le han dado un premio a Rodrigo.
–¿Al mejor profe del año?
–No te cachondees, va. El Vargas Llosa de novela.
–Te acuerdas el primer día, no dábamos un duro ni por él ni por nosotros.
–Yo no entendía nada, en lugar de una clase de escritura parecía una reunión de alcohólicos anónimos. Confesiones a porrillo. Que si era su primera clase, que nos fuéramos presentando quien éramos y porqué nos habíamos apuntado. La vista fija en las baldosas multicolores del Aula.
–Ni que lo digas, ni yo misma sabía porqué estaba allí. ¡Qué apuro! Dudaba entre huir inmediatamente o mantener la calma y darnos una oportunidad.
–Costó una miaja hay que reconocerlo, pero a su manera y a su ritmo sacó lo mejor de nuestros escritos.
–Y de nosotros. Yo descubrí mi vena animal. En todos mis relatos aparecía uno, es curioso. Los ratones ganaron por goleada el primer trimestre.
–Pues a mí siempre me titulaba. Escribir vale, pero anteponer al cuento un enunciado, uff, una tortura. En cambio él, pim-pam, acabar de leerlo y clarísimo que lo tenía. Ahora me las apaño, voy anotando títulos sin relato.
–¡Leerlo! Mi asignatura pendiente, jamás había leído en voz alta lo que escribía, me atascaba. Rodrigo fue el sonido de mis primeros cuentos. Un recuerdo entrañable.
–Así que el Vargas Llosa… ¡Caramba! ¡Palabras mayores! ¿sabes si continuará dando clases?
–Pues no sé, creo que sí, que alguna hará si la fama no se lo impide.
–¿Lo has felicitado ya?
–No, no lo he visto todavía.
–Pues vamos a colgar algo en el blog, ¿te parece?
–Y ¿qué escribimos? Felicidades. Queda cursilongo…
–No sé, que nos alegramos ¿no?, y todo eso. Algo se nos ocurrirá.
–Vale, además casi todos los autores de esta Antología han pasado por sus clases, así es que en cierto modo los cuentistas somos su “otro premio”.
–¿Quién empieza?



GRACIAS RODRIGO
Las felicitaciones a Rodrigo ya se las he dado personalmente. Pero el hacerlo público en el blog me parece estupendo.
Los elogios que ha recibido por el libro, y he leído en Internet, son suficientes para no tener palabras para el elogio. Cuando un catedrático de literatura habla de la perfección, del equilibrio que hay en todos los aspectos de la novela. Pues…
Siempre recuerdo mis primeras clases; a la inefable burrita Cuca, que tantas bromas hemos tenido con ella. El que terminara saliendo el cuento fue gracias a la simple idea que la pusiera como un peluche. Parece simple; pero tienes que encontrar esa simpleza.
La combinación de los dos aspectos, real y de peluche, dio lugar a mi primer relato con pies y cabeza.
La voz de Rodrigo diciendo “Eso no me importa”. Es lo que me hace ahora continuar escribiendo; mejor o peor, pero gracias a él puedo ir desarrollando mi “asignatura pendiente”.
Carmen Mirones


Ahora que estoy lista para bailar, veo que me toca hacerlo con Rodrigo, ¡qué honor! Me parece muy buena idea brindar a su salud, a su lucha. Igualmente creo que al escritor debe amárselo por sus palabras, por eso propongo un club de lectura que comience como no podría ser de otra manera; con "Antes de perder el sentido". Cada día un capítulo para irnos a dormir con el sabor de Díaz Cortez en las pestañas. Ese creo que sería el mejor homenaje. Espero respuestas.
Carlazcano





EL PRIMER DÍA EN EL AULA
El primer día que vi a Rodrigo Díaz parecía tan asustado como yo.
Era recién llegada a Barcelona cuando entré en el Aula de Escritores y subí a la bohardilla para asistir a mi primera clase. Encontré a un joven profesor, versado en letras pero algo verde todavía en la enseñanza, aferrando sus apuntes con tanta decisión como yo mi libreta, decidido a obtener lo mejor de nosotros y sobrevivir a la experiencia.
No estaban tan lejos mis años de estudiante como para no reconocer el temor de un profesor primerizo, sus gestos, tono y esa luz en sus ojos que disparan en los alumnos un deseo visceral de convertir al educador novato en diana de todo tipo de burlas.
Yo, sin embargo, tenía bastante con mi propia timidez inicial que luchaba con el entusiasmo de realizar por fin un curso de Escritura Creativa que tanto había deseado, y ninguno de los presentes, cosa extraña, parecía tampoco interesado en el tema.
Trece extraños sentados ante una mesa nos observamos como siempre ocurre con la gente que jamás se ha visto. Tímidos saludos, miradas de reojo, nerviosismo y algo de vergüenza.
Tras las presentaciones de rigor y después de soltar un instante los papeles que no cesaba de revisar una y otra vez, Rodrigo intentó comenzar con un ejercicio suave de narración creativa que se le fue de madre. Con una sonrisa que comenzaba a congelarse en el rostro por la incertidumbre, parecía preguntarse cuándo había perdido el control, si al irrumpir la imaginaria burra en el aula o cuando los extraterrestres secuestraron al neurocirujano.
Pero lo había logrado, el hielo se había roto y ya el primer día formamos un grupo del que él mismo era parte esencial. Cuando Carmen nos dijo que nuestra carta astral era favorable, unos la miraron con una sonrisa descreída, otros la creyeron y los más pasaron amistosamente. Pero los hados estaban en verdad con nosotros y cada semana aprendíamos bajo la guía de Rodrigo algo nuevo. Las miradas huidizas desaparecieron y los papeles comenzaron a escasear a medida que la confianza y la seguridad en sí mismo se mezclaba con las ardillas con colas de rata, las palomas piratas, las someretas y la relativa seguridad de que no nos lo íbamos a comer en un salvaje rito de asimilación de conceptos mediante el canibalismo.
Formamos una unidad crítica en la que sin conocer nuestros orígenes, empleos o vidas fuera del Aula, atisbábamos en la intimidad de los demás a través de pequeñas pinceladas personales de color en nuestras obras, sin dejar espacio para la vergüenza o la desconfianza.
Fortaleciéndose día a día, ganando seguridad y desenvoltura, Rodrigo Díaz nos enseñó a usar hilos conductores y objetos para centrar las historias, como un espejo en una habitación cerrada, una gota de sangre bajando los escalones o un Tridente de Plata prendido del cuello de una joven muchacha. También aprendimos a evitar las reiteraciones y dinamizar los relatos mientras lo veíamos madurar a ojos vista y comprendimos que era uno más de nosotros, un narrador de historias que, pese a su experiencia, inicia un nuevo viaje por territorio inexplorado cada vez que se enfrenta a una hoja en blanco armado únicamente con un bolígrafo o un viejo teclado.
Dolores Ferrer Marí