martes, 13 de mayo de 2008

MICRORELATOS DEL CONCURSO (VII) y últimos

Condiciones atmosféricasAna Montilla

Hacía tiempo que había dejado de insistir a mis padres para que me llevaran al zoológico, y un domingo mamá irrumpió en la habitación con una inexplicable sonrisa, diciendo que me vistiera rapidito, que ese día era ideal para la ocasión. Estaba contando no sé qué sobre las condiciones atmosféricas, que la humedad amansa a las hembras, y dejan que las personas cojan sus bebés, que ya vería la foto tan bonita que me iba a sacar con una cría de ualabí.¡Date prisa,¿quieres?!
Papá sostenía una pipa entre sus dedos, nunca le había visto fumar. Mi madre se ajustaba constantemente las sandalias porque:¡O me cortan la circulación o las pierdo por el camino!
Estaban disfrutando mucho porque a veces miraban muy fijamente la piscina, pero cuando las focas palmeaban o hacían cabriolas, me rodeaban muy pero que muy fuerte por los hombros y abrazándome me decían:¿Te estás divirtiendo hijo? yo asentía. De verdad parecía que lo estaban pasando en grande porque reían estrepitosamente, hasta se les saltaban las lágrimas y caían en la coca-cola. Sería por las condiciones atmosféricas.
Delante de los ualabíes, a mi madre se le resbaló la cámara y se estropeó, como no pudo fotografiarme, empezó a llorar. Mi padre había desparecido. No llores, murmuré secándole las lágrimas. Dijo que esto era una catástrofe, que no entendía cómo esos animales dejaban que cualquiera tocara sus crías.
Que sepas que nunca voy a dejar que te hagan daño, yo te voy a querer siempre, mi niño, dijo abrazándome muy fuerte dejándome casi sin respiración.




El veneno de Judas
Tebu Guerra

La madre vertió unas gotas del veneno en el termo y lo disolvió en el cacao. Para asegurarse, machacó las pastillas y mezcló el polvo con el huevo.
Guardó la comida de su hijo en la mochila con dibujos, el termo rojo y el bocadillo de tortilla con queso. Y la de su ex marido la introdujo en la bolsa de deportes, el termo amarillo y el bocadillo de tortilla con tomate.
Cuando se despedían en el jardín, junto al árbol, el ex marido insistió: - Me estás ocasionando problemas, ¿a qué viene esto ahora? Al niño no le hace falta el móvil. – Ella respondió con una sonrisa, sincera, y le besó la mejilla. Mientras los veía alejarse, cada uno con su mochila, se preguntó si Judas habría sentido lo mismo que ella. Se pasó la mano por la cara, no tenía marca, pero aún le dolía.
A las dos ya tenía la duda. Aunque se había puesto de tope hasta las tres, estaba contando los minutos. Si el teléfono no sonaba, llamaría ella. Consiguió convencerse, lo había explicado bien, era un teléfono para niños, tres teclas, tres números de teléfono: mamá, mamá trabajo, y abuela. El niño no podía equivocarse.
A las tres y media no pudo más y marcó el número de su hijo. Hubo un largo silencio antes de que su ex marido rompiera a llorar. La ex madre salió al jardín y miró hacia árbol, la cuerda del columpio aguantaría su peso.




Mal trago
Teresa Esmatges

–¿Su marido es alcohólico, señora?
No podía dar crédito a lo que me estaba contando aquella pandilla de médicos incompetentes en un frío pasillo de hospital.
–¡No, claro que no!, doctor.
–Pues eso no es lo que nos dice su maltrecho hígado.
Julián yacía semiinconsciente a causa de una pancreatitis aguda. Después de perseguir a todo profesional que me encontraba al paso para que me diera un pronóstico, va y me sueltan esa tontería.
Sí, todos bebemos, pero cuál es la diferencia entre beber mucho y ser alcohólico. ¡Bah! Se ha puesto de moda que todo sea una enfermedad. Así nos colocan en un grupo de insanos. Los alcohólicos, los ansiosos, los alérgicos, los celíacos, los adictos, los depresivos… ¡Podrían limitarse a hacer su trabajo y no hacernos sentir como si fuéramos delincuentes de nuestro propio cuerpo!
En una semana Julián despertó.
–¿Te encuentras bien, cariño? Tranquilo, estás en el hospital.
–¿Qué me ha ocurrido, Magda? Estoy muy cansado, inquieto y este hedor me pone malo.
–Creo que esta mañana, si no te mareas al levantarte, podrás ducharte.
Cuando iba a entrar en el baño me ofrecí a ayudarle, me contestó que podía solo. Oí correr el agua y en unos segundos el estrépito que hizo Julián al desplomarse. Grité para que viniera algún profesional. Acudieron dos enfermeras.
–Apártese, señora, su marido se ha bebido entero el litro de colonia que usted inocentemente le ha traído.




Persecución
- Joan Altimiras

Giré imperceptiblemente la cabeza para mirar de soslayo si aún me seguía. Había mucha gente y mi campo de visión era reducido. Aproveché un espejo a en la entrada de un parking para observar mejor. Estaba allí, a unos diez metros, los ojos clavados en mí nuca. Aquella pesadilla ya duraba casi dos meses.
Me seguía a todas partes, preguntaba a todo el mundo. Lo sorprendí más de una vez agazapado detrás de un árbol incluso hablando con algunos de mis compañeros ¿qué le estarían contando? Se interesó por mi ex-mujer. Una tarde, había preguntado a mis hijos por su padre, a la salida del colegio. Hasta visitó a mis padres.
Cambié de ruta, de hábitos, intenté dejar indicios falsos. Todo inútil.
–¿Por qué me estás persiguiendo?
Aquella tarde otoñal, bajé los brazos. Dejé de escapar y entré con parsimonia en el primer bar que salió a mi paso, para celebrar mi derrota con una copa de vino. Él se sentó en una mesa del fondo, al abrigo de los alaridos de las tragaperras, las voces de los clientes, el zumbido de la cafetera. Ya no me observaba, escribía frenéticamente en su cuaderno. Yo no dejé de observarlo, clavado en el taburete, en un permanente escalofrío.
Hasta que vi que, con un gesto enérgico, trazó una especie de rúbrica y empezó a mirarme de nuevo, arrellanándose en la silla.
Comprendí que la pesadilla se había fundido como el rastro de una estrella fugaz. Había terminado su relato sobre mí.

MICRORELATOS DEL CONCURSO (VI)

Los CelosCarmen Mirones

–¿Que por qué me estoy vistiendo así? ¿Cómo quieres que me vista después de lo qué me estas contando?
Oh, sí, ya sé lo que me vas a decir: que parece que me voy a poner debajo de una farola. Pues sabes: debajo de una farola no; ahora hace mucho frío. Aunque me estoy calentando por momentos. Y…¿ te acuerdas del cachas del equipo de hockey hielo? Sí, el bruto ese que está tan bueno. Pues esta noche me lo voy a cepillar. Aunque el muy estúpido se crea que es él, el que me está cepillando a mi.
Y no me mires con esa cara de asombro. No me has dicho que a mi querido novio…lo de querido es por…por…¡yo que sé! le has visto morreándose con la vedette de las animadoras. Pues ahora yo me voy; y no precisamente a morrear; con el capitán de su equipo, y…



VértigoElisabet Baurier

“Ayer tuve que atar las sillas a la mesa para que no resbalaran. Doctor, ¡eso no es vértigo! Sé que las pastillas que tomo causan mareos, pero le repito que me ha crecido una montaña debajo de casa. Ya no puedo arrastrar el carro de la compra hasta la puerta porque el camino del jardín tiene cada vez más pendiente. Veo los cuadros torcidos; y por mucho que separe la mesita, cuando me levanto vuelve a estar pegada a la cama. Me despierto con dolor de cabeza y me pitan los oídos como si por la noche la tierra hubiese estado crujiendo debajo de mí.
Una casa en el monte es preciosa, pero yo la compré en el valle y no es culpa mía que haya aparecido esa montaña. O, por lo menos, que yo lo crea. Así que he pensado mucho en lo que usted me estuvo contando… Una jubilada como yo, con una buena pensión de viudedad, no tiene porqué aguantar esta situación. Le haré caso: me voy. No me importa perder lo que adelanté, me compraré un piso en el edificio más alto de la ciudad y no habrá montaña capaz de moverlo.”
Cuando salió de la consulta el doctor cogió el teléfono, “Ya estás buscando el cartel CASA EN VENTA, diciendo a los de la excavadora que paren e ingresándome la comisión. La vieja se va.”



El asno y el lobo Salvador Carracedo
(no entró a concurso por superar la extensión requerida del microrelato)

Un asno, más majo que Platero y más listo que el hambre, al ver que se acercaba un lobo, y al entender que no podría escapar de su enemigo, simuló un dolor de tripas y comenzó a frotarse el vientre, ora con una pata, ora con la otra, emitiendo rebuznos de dolor y moviéndose a uno y a otro lado. El lobo, fingiéndose buen vecino, y ladeando la cabeza a derecha e izquierda en señal de preocupación, se aproximó y se interesó por el borrico.
-¿Qué le sucede, amigo asno, que le veo tan inquieto y afligido?
-Ay, hermano lobo, si usted supiera…-contestó el pollino.
-Cuente, cuente, que estoy impaciente… por saber.
-Pues verá…el caso es que ayer comí cierto pasto, que al parecer estaba envenenado, ¡mal haya quien lo envenenó!, y hoy tengo unos retortijones y una diarrea, ¡ay de mí! que me parece que acabaré difunto y con el cuerpo incomestible.
-¡Qué me estás contando!
-Lo que oyes, hermano lobo, lo que oyes.
-¡Ay pobre de mí, digo, pobre de usted! ¡Que San Francisco de Asís nos valga! ¿Y qué podemos hacer?
-¿Quisiera usted, en señal de hermandad y en preparación de su menú, acercarse más, practicarme unos masajes en el vientre, en salva sea la parte, y así aligerar mis vísceras y limpiar todo mi interior?
-Tarea humillante es, desde luego, -protestó el lobo.
-Lo es, lo es. Pero yo no quisiera ser anfitrión, dando asco a mi invitado. Piense que tras la humillación, tendrá usted un festín de primera.
-Lo que hay que hacer para comer!
Y el lobo, creyendo todo lo que el burro le había dicho, se colocó lo más cerca que pudo del borrico, y levantó las patas delanteras en ademán de iniciar sus servicios. El asno, entonces, concentrando toda su fuerza en las tripas y en las patas traseras, evacuó todo su interior sobre la cara del lobo, y le asestó tal coz, que no le dejó un solo diente en la boca. El lobo, haciendo ascos a la peste recibida, y sintiéndose un inútil comensal en tal convite, giró su semblante, enseñó sus posaderas y lloró de esta guisa, con el rabo por el suelo:
-Bien merecido lo tengo, porque, siendo mi oficio carnicero, ¿cómo se me ocurre hacer de curandero!?



El perro de mi novioDolores Ferrer

El perro de mi novio se llama Pedro.
El perro de mi novio es un baboso insufrible. Pierde más pelo del que tiene y le sobran algunos quilos.
El perro de mi novio es un vago incurable.
El perro de mi novio es un golfo insaciable que persigue todo aquello que huele a hembra de un modo sistemático, olvidándose inmediatamente de mí.
Me mira con sus grandes ojos marrones como única disculpa, quieto, sin articular palabra. ¿Qué me estás contando? Le respondo yo.
Es incapaz de hacer ningún trabajo de la casa y, cuando vamos de viaje, sólo pone pegas.
Pero es dulce y mimoso, el muy zorro. En las excursiones y acampadas se cuela de noche en mi saco de dormir como un bandido de novela rosa. Pega su cuerpo al mío y pasamos toda la noche moviéndonos porque el muy truhán es amigo de posturas difíciles.
Cuando le veo con su cabezota en mi pecho y con su cola tiesa y erguida le digo: "Eres un buen perro". No puedo resistirme a sus encantos. Cuando jadea tiene un algo.
Por si esto fuese poco, no para de ponerme en situaciones difíciles delante de la familia.
El perro de mi novio es un veneno muy dulce.
Quiero a mi novio, pero si algún día nos separamos me pienso quedar con su perro.

domingo, 11 de mayo de 2008

MICRORELATOS DEL CONCURSO (V)

Chocolate y vainillaCarla Lazano

- Chocolate y vainilla. (Hasta para tomar helado me falta imaginación. Siempre: chocolate y vainilla.) - Gracias. (Mierda. Ahí está él y yo con este cucurucho tan grande que podría ser mi padre.)

- Hola Guillermo. (Dejá de sonreír como una idiota.)
- Hola. Siempre nos cruzamos en esta plaza...¿Qué tal la vida?
- Bien. (¿Y si le digo que paso por aquí cada día sólo para volver a encontrarlo...?) – Y vos, ¿cómo estás? (Estás tan bueno que deberías ser un gusto de helado.)
- Muy bien.
(Ahora es el momento donde digo algo inteligente.) – Lindo día, ¿no?
- Sí, decían que llovería pero ya ves... El helado, Julia, se te está derritiendo.
( Recuerda mi nombre...) – Sí, que despistada soy. (¿Cómo voy a lamerme los dedos de esta forma? Tengo la sensualidad de un reptil.)
- ¿Vives por aquí?
- Sí, pero con mi madre.( ¡¿....pero con mi madre?! Con ésto le di a entender que si pudiera lo invitaría a casa para besarlo hasta perder el sentido.)
- Yo también, pero eso no nos impide tomar un café algún día.
(Tiene la sonrisa más luminosa que he visto.) – Claro que no. (Si es que podría abrazarte y colgar de tus hombros toda la vida.)
- El viernes por la noche estaré sentado en aquel banco, junto a la fuente. Ahora tengo que irme. Nos vemos.

(Ya estoy contando los días que faltan para volver a verte.) - Basta de chocolate y vainilla - dijo Julia y tiró el helado al suelo.




El banquete - Débora Castillo

Leonardo nos voceaba como a presos en galeras.
-¡A ver tú, móntame ahí la mesa para los postres! ¡Úrsula! ¿qué me estás contando?
- Los solomillos. Ciento cuarenta.
-¡Víctor, cuéntame las lubinas, Tiene que haber ochenta! ¡Deprisa que nos coge el toro!
Los invitados entraban en la sala.
-¿Cómo van las ensaladas?
- En el carro. Listas para salir.
Afuera sonó la marcha nupcial. Los novios llegaban al restaurante.
Desde la cocina oíamos una voz soliviantada de mujer que no combinaba nada bien con la música.
-¡Me cago en tu padre, Zacarías! No me digas que esto de empezar el matrimonio con secretos no es honesto. ¿Tú crees que este es el mejor momento para contármelo?
La voz aullaba cada vez más cerca de la cocina. Las puertas se abrieron y entró la novia tirando del novio que venía dócil, con la cara tan blanca como el vestido de ella.
-Ahora te van a dar mucho por culo. Yo me voy y tú te quedas para explicar a todos lo que ha pasado. Que se enteren de que pie calzas. Por casa ni se te ocurra aparecer. ¡Adiós, capullo!
La novia salió por la puerta de atrás. El novio se quedó tieso y desbaratado.
Camareros y ayudantes de cocina estábamos serios y en posición de firmes aunque, por dentro, sonreíamos con el estómago. Era, posiblemente, uno de los peores días en la vida de aquellos dos, pero nosotros íbamos a cenar solomillo y lubina. Como dios.




LluviaNuria Millet

La lluvia es un estado de ánimo. Me preguntaba cuando había empezado a preferir los inviernos y otoños. Estábamos en un comedor de bóveda de piedra antigua, y en el exterior la lluvia caía con fuerza, lavando las hojas de los árboles y alimentando el musgo que recubría las rocas. Dentro de la casa las llamas de la chimenea se agitaban crepitando en un baile incansable. Un montón de leños de madera esperaban convertirse en cenizas.

Y nosotros cenábamos al calor de la conversación. Por un momento me quedé mirando el cristal de la copa como si reflejara los veinte años que llevaba junto a Daniel. Una década era un periodo importante y significativo en cualquier vida. Dos décadas eran un periodo definitivo. Los dos habíamos enredado nuestras vidas, construyendo un oasis de cariño y complicidad. Y ahora habían pasado dos meses desde el diagnóstico. Intenté hablarle del tratamiento, de afrontar juntos lo que viniera...“Pero ¿qué me estás contando?", preguntó Daniel. Él no estaba dispuesto a tirar la toalla. “Estoy seguro de que todo irá bien. Y también estoy seguro de que el año que viene volveremos juntos a esta casa perdida en el bosque.” Y sus ojos sonrieron.




Mafalda emigra a EspañaAlicia Sánchez

“¿Qué hace Mafalda en España?”, seguro que te estás preguntando.
Estudié idiomas y quise trabajar en la ONU pero no aprobé las oposiciones. También fallé en mi intento de casarme con aquel morocho de ojos verdes que vivía a dos cuadras de mi casa. Susanita se operó los pechos y así, siliconada, le fue muy fácil arrebatármelo. Sí, me quedaba Felipe, pero es que resulta que Felipe era gay. Se hizo una ortodoncia y así, con unos dientes de anuncio, se fue a San Francisco. Creo que ahora es el Boris Izaguirre de allá. También estaba Miguelito. Lo último que supe de él es que andaba tirado por los bajos fondos de Buenos Aires. Quiso ser poeta pero, en su búsqueda del paraíso, se enredó con la falopa y así se ha quedado, delirado de tanto darle al verso. Ya sólo quedaba Manolito, y con Manolito me casé. El pibe valía lo suyo, y, a los 30 años, ya era el dueño de una cadena de supermercados. Pero llegó la crisis y nos arruinamos. Fue entonces cuando llegamos a España.
Yo doy clases particulares y mi marido trabaja de reponedor. Laburo diez horas al día y mi sueldo es una miseria. Me pasó el día contando los años que me quedan para jubilarme.
Y, por si fuera poco, hoy he llegado a casa rendida después de un día de perros y ¿qué me encuentro en la mesa? Un plato de sopa. ¡Puaj!

MICRORELATOS DEL CONCURSO (IV)

Maldito EstrechoCarmen Mirones

–¿Cómo quieres qué no llore; cuando me estas diciendo que mi hijo no llegó?
Los lagrimones de lo ojos de Halima formaban chorreones negros de kohl, en su castigado rostro que limpiaba con su hatta.
–Es muy facil decir que no llore. Pero tú, Fátima, me estas contando que la patera de mi hijo se hundió en medio del maldito Estrecho. No, no me consueles con palabras huecas. El tuyo; tu hijo llegó hace dos años. Fue él quien sembró el veneno de la marcha en nuestra sangre. No Fátima; tú no me entiendes. No te reprocho los sacrificios que tuvimos que hacer para conseguir el dinero.
Oh, Fátima, perdóname, no sé lo que digo.



La canción definitivaJoan Parramon

Notas en la cabeza, al ritmo de la gente, la chica de la bicicleta: debería estar saliendo de algún lugar; morena, alta y seca, pelo despeinado una cascada de cuerdas al viento: “Toda la pesadez del día, se disuelve, como la sal en un vaso de agua… sin dejar rastro. Solo una sonrisa ilumina el resto del día”.
La había visto hacía unos días, llegando con su bicicleta: “algo en común entre nosotros me expande, me elevo hacia el cielo de la tarde y vuelo desde nieves perpetuas atravieso valles y antes de llegar al mar igualitario, me paro aquí, mirarte, sentirte…, este es mi sitio”.
Notas que siguen resonando: “No, no pienso decirte nada, hasta no encontrarte por tercera vez”.
Guillem, se quedo inmóvil, había estado mirando como bajaba y paraba, ahí justo a su lado fue feliz. Sí, desde que había empezado con el bajo, quería componer la canción definitiva: Una llamada que te obliga a pararte estés donde estés, subir el volumen, cerrar puertas y ventanas, despertar tu ser más primigenio y ya estás perdido: pierdes el autobús seguro; no gritas contra tu amigo; dejas en su sitio el cuchillo de cocina que querrías utilizar con tu ex pareja y lo que es más curioso: tampoco te cuelgas. No quieres terminar nada, intuyes que estás al principio. Lloras y desciendes volando hasta llegar al mar igualitario.
Sí, conseguí terminar la canción. No, no fue la definitiva. Una más para llenar el cuenco de la belleza.



Amor de barDolores Ferrer

Gloria aferró con fuerza el vaso de tubo y reunió la decisión suficiente para acercarse al chico que había llamado poderosamente su atención desde el mismo momento en el que había entrado en el pub.
Destacaba entre sus amigos con su amplia sonrisa, su tez oscura y ojos almendrados.
Fingiría tropezar al pasar por su lado y derramaría la bebida y él, caballerosamente, la invitaría. Así iniciarían una conversación que... ¿quién sabe dónde les llevaría?
Gloria intentaba calmar los latidos de su corazón cuando una duda invadió su mente.
¿Y si pensaba que era una alcohólica que iba borracha? No la tomaría nunca en serio.
Los pasos de Gloria vacilaron hasta que el muchacho levantó la mano y saludó hacia la puerta.
¿A quién miraba? Se preguntó Gloria frunciendo el ceño. Seguro que a alguna furcia medio desnuda.
La furia empezó a bullir en su interior. Ella intentando ser amable, y él engañándola ya con otra. Y siempre sería así, estaba segura. Tras una larga relación en la que ella le entregaría su amor, tiempo y dedicación, él la dejaría por alguien más joven. Todos eran iguales.
Oscar levantó la mirada y sonrió a la pelirroja que se había detenido frente a él.
–Hola –saludó.
–Esto es por pegármela con otra, cabrón –espetó Gloria arrojándole el cubata a la cara.
–Pero... ¿qué me estás contando? –preguntó Oscar, confuso, a la espalda que se alejaba.



Feria de intimidades - Salvador Carracedo
(no entró en concurso por no cumplir los requisitos de tener extensión de microrelato)


La Calle Vista Alegre hacía honor a su nombre, por la animación y el aspecto. En una de sus plazoletas se encontraba la Zapatería Cenicienta, en la que, según decir de la gente, uno podía encontrarse con sorpresas. Allí fue a parar Casimiro un día de primavera, en el que salió por los barrios de su ciudad, “para no perderse la vida”, como él solía decir. Había oído hablar de ella. Le sorprendió su amplio escaparate, la iluminación y el público que lo rodeaba, como si fuera un espectáculo. La gente hablaba animada. Él se acercó, intrigado.
-¿Hay siempre tanto curioso? –oyó que alguien preguntaba.
-Últimamente sí, sobre todo desde lo de aquel cliente extraño.
-¿Quién era? ¿Qué pasó con él?
-No se sabe con certeza; pero se dice que salió enfadado y que pronunció
unas frases enigmáticas y amenazadoras. A partir de entonces, cuando se descuidan,
¡zas! lo de siempre: suceden cosas raras y no siempre agradables.
-Cuando se descuidan, ¿qué quiere decir?
-Las empleadas se cansan de avisar e informar, pero no vale; siempre hay alguno que se olvida y se despista.
-Explíquese, que no le entiendo. ¿De qué avisan e informan? –Casimiro
asintió con la cabeza, como si el que preguntaba adivinara sus pensamientos.
-Verá: advierten a los compradores, una y otra vez, que deben probarse los zapatos uno a uno, pero nunca los dos a la vez.
-¿Y si lo hacen, qué pasa? –Casimiro estaba expectante.
-Pues algo de lo más original. Tienen un comportamiento imprevisto y expresan, según dicen, sus deseos más íntimos y oscuros, sus aficiones o sus tendencias particulares.
Poco a poco se fue haciendo un corrillo alrededor de estas dos personas. Todos querían hablar. Casimiro no perdía palabra.
-Sí, yo sé de alguien que comenzó a bailar.
-Y otros rompieron a llorar.
-Alguno quiso conquistar a las dependientas.
-Y no faltó quien se puso a robar lo que veía.
-Se afirma que, incluso, hay quien viene a probarse los dos zapatos simultáneamente, para tener una experiencia.
-¡Qué me estás contando!
-Lo que oyes.
La conversación seguía. Casimiro se quedó pensativo unos minutos. Después se decidió a entrar. La luz era suave y creaba intimidad. Tomó en el mostrador un par de su número y fue a acomodarse. Observó toda la tienda. Cuando iba a probarse el primer zapato, vio que una mujer accedía con paso firme, como si desfilara por una pasarela. Percibió la belleza que exhibía su figura y lo que ocultaba. La siguió con la vista. La vio pedir un bonito par de fantasía. Al tenerlo en sus manos, acarició la piel con la que estaba hecho, esbozando una sonrisa. Buscó donde sentarse. Se puso el izquierdo. Se levantó y se miró en el espejo. Casimiro reconoció que el pie de la mujer embellecía el zapato. Volvió a su sofá. ¿Y ahora, qué haría? Echó la vista en derredor, como buscando espectadores. Cogió el derecho. ¡Se lo iba a poner! No, esperaba. Volvió a sonreír. De repente, se lo calzó sin quitarse el otro y se levantó. Y, como transformada, comenzó a contonearse voluptuosamente, al tiempo que se soltaba el pelo. Luego inició el recorrido por los botones de la blusa, que la obedecían y dejaban su busto al descubierto. Todos la miraban y se miraban entre sí. Fuera, la gente escudriñaba tras el cristal. Casimiro, boquiabierto, vio cómo se quitaba la blusa y la tiraba al aire. Al bajar las manos en busca de la falda, se oyó que alguien gritaba: ¡basta. corten!

jueves, 8 de mayo de 2008

MICRORELATOS DEL CONCURSO (III)

Al amparo de la misma miradaJuan Carlos Ruíz

León era un Mastín de años cumplidos. Era canelo, grandullón… y tenía la mirada gravosa y callada, como todos los mastines. A la muerte de su amo de siempre, León quedó sin lindes que proteger, ni pies en los que guardar vigilias. Huérfano, vagó por caminos de hambre, y tuvo fatales encuentros con pastores trashumantes, que azuzaron a sus perros de rabia para que lo despedazaran con feroces dentelladas.
Una mañana de nómada soledad, el perro, encontró una verja abierta, y atraído por un olor a troncos de hogar, se adentró por un sendero de sombras que le condujeron hasta un caserón de labores.
José, se mecía en el vaivén de su mecedora bajo un emparrado de uvas. El perro tranqueó despacio…Se detuvo a unos pasos ante el viejo que dormitaba. Quizá intuyó en él, la continuación difusa de su antiguo amo…Se acercó un poco más…
–¿Y tú de donde sales viejo lobo?– José le extendió su mano con dulce curiosidad. –Estás flaco y desmelenado–. León, al relance de su calidez se aproximó confiado, y lo miró sin otra nobleza que su edad. Ambos se reconocieron en la misma mirada. Una mirada honesta, profunda, digna. –Ay perro… En esos ojos, parece que me estás contando los ojos de alguien–.
León, le olisqueó los pantalones de humo, y añoso, se recostó a sus pies, en la blandura del limo.
Arriba, en los álamos, los pájaros revoloteaban estúpidamente distraídos. Había paz en el aire. En el Otoño, el campo fluía sin tensión.



Un día por delanteFrancesc Sisteré

Un hombre, vestido con un traje impecable, su cuerpo ligeramente inclinado hacia delante, los brazos apoyados en la barra del bar, sigue inquieto los movimientos del camarero en su ritual diario, hervir el agua, unos minutos de reposo... El hombre mira su reloj, ya llego tarde, pero no puedo irme sin tomarme el té, piensa. Lo bebe a sorbos cortos, manteniendo la infusión en la boca unos segundos para no quemarse la garganta. Vacía por fin la taza y siente el calor apoderarse del interior de su cuerpo. La taza frente a él, todo un día por delante, imprevisible. Coge la taza con fuerza, las manos le tiemblan. Cierra los ojos, llena los pulmones con el aroma dulzón del ambiente y aguanta la respiración. A ver poso del té … ¿Qué me estás contando? Se acerca la taza, abre los ojos y, tras unos segundos, exhala el aire retenido, relajando toda su musculatura. Un nuevo día sin problemas.



¡Sorpresa! Débora Castillo

Bernardo frenó y salió para cerrar el garaje. No le vio venir, de repente lo tenía al lado.
- ¿Te interesa?
Con el susto, Bernardo no entendió.
- ¿Qué dices?
- Si te interesa una de estas, digo. Regalada.
El muchacho sostenía una cámara digital pequeña como la palma de su mano.
“Nos vendría bien en el estudio. Aun teniendo dos nos quedamos cortos”. Bernardo arrugaba el morro. “Estás majara. Tu muje es policía. Como sepa que compras género robado, te mata”.
- ¿De dónde ha salido?
- ¿De dónde? Esta se acaba de caer del camión.
- Robada.
- A ver tío ¿qué me estás contando? – estaba perdiendo la paciencia - ¿Tú sabes mi nombre? Yo tampoco sé como te llamas tú. Me das el dinero, te doy la cámara y adiós.
- ¡Bernardo! – Carolina, su mujer, desde el coche - ¡Llego tarde!
- No interesa, gracias.
Corrió al coche y arrancó.
- ¿Y ese?
- Quería dinero, para comer, decía, pero le olía el aliento a vino.
Por la noche al volver a casa, Carolina ya estaba allí.
- ¡Hola guapo! Estoy en la cocina. Tienes un regalito.
Encima de la mesa del despacho estaba la cámara de aquella mañana. Carolina sonaba desde la cocina.
- Hemos detenido a un chaval que llevaba cinco encima. Con mi compañero hemos pensado que quienes éramos para desperdiciar la oportunidad. Total, una para él, una para mí y tres para comisaría. Para el estudio te vendrá bien. ¿Te gusta cielo?



AngustiaMiguel Viola

Me encontraba perdido dentro de la habitación. Intentaba apresuradamente salir de allí. La ansiedad unida a la torpeza de mis movimientos me impedía encontrar el pomo de la puerta. Fuera la algarabía, la fiesta donde las risas se entrelazaban con los chistes y el buen humor. Yo en la negritud de aquella pequeña superficie probaba con mis manos sudorosas abrirla para poder contactar con aquella gente y su excitación. Palpaba nerviosamente por las paredes. El nerviosismo me impedía hallar la llave que quien sabía donde la había puesto. Metido en la penumbra afloraban en mí los negros sentimientos desde la desorientación hasta la desesperación por salir de aquel cuarto. Mientras un ejército de espectros fantasmales en una especie de aquelarre se agolpaban sobre mis sienes intentando mi aniquilación. Intenté un grito, pero quedo ahogado entre el vocerío ensordecedor. Transcurrió mucho tiempo hasta que se difuminaron las risas y los gozos. De pronto se hizo el silencio. Mientras mi cuerpo se contorneaba entre las esquinas de aquellas paredes de corcho de fina y sutil capa, tan sutil como la capa que separa el mundo real del fantástico, cayendo en pronto supino, alzando la mirada de mis ojos vidriosos fijándome en aquella débil y tenue luz en el fondo del techo que lentamente iba desapareciendo.

MICRORELATOS DEL CONCURSO (II)

El encargoJulia Soria

Me habían encargado un estudio de mercado sobre un negocio de pesticidas, que no me gustaba nada.
Estaba irritada.
No existe en mi carácter ni un ápice de violencia física. Sí por el contrario, en el orden de la dialéctica. Soy capaz de discutir enervadamente hasta quedar exhausta y esto puede provocar en mí la idea -siempre en sentido metafórico- de “matar”. Es decir, ganar la batalla, llevar a mi terreno al contrincante, hacerle pedazos, aniquilarle. Verlo a mis pies rendido y sin argumentos, empequeñecido, humillado, totalmente trastocado y hundido por mi razón. No necesito matarlo. Ya se ha muerto dentro de mí…
Entonces me giré, me levanté de la mesa de trabajo gritando:
-¡¡pero que me estás contando!!...
Y allí estaba él, inerte, yacía tirado sobre la alfombra de mi despacho.
Su corazón no había podido resistir la tremenda tensión que había acumulado durante aquél día en que yo me levanté mal y me fui poniendo peor a medida que transcurría la jornada. Le tocó a él, como siempre. Su parsimonia y poca claridad mental para solucionar los problemas que se presentaban cada día en el gabinete, conseguía sacarme de quicio. Y me ensañé con mis malas (o buenas) artes en una violenta y agresiva discusión.
Y se murió, yo no hice nada para conseguirlo; pero así fue.
Descanse en paz.



El colegioNuria Millet

El colegio estaba abandonado. Tenía un patio con un pozo de piedra y una gran aula única. Antes todos los niños del pueblo, de diferentes edades, estudiaban juntos y el maestro dosificaba y dividía su atención entre los grupos. Mientras los más pequeños hacían una redacción, los otros recibían clase de matemáticas. Quedaban los colgadores de batas listadas, un mapamundi antiguo y desfasado, los desgastados pupitres de madera y la pizarra con algunas tizas rotas. A mi primo Ramón y a mí nos gustaba rayar los pupitres y hacer dibujos con las tizas en los suelos de piedra.
En los alrededores del colegio había campos de trigo con algún tractor solitario. Cuando nadie nos veía subíamos al tractor, con cierta dificultad, y nos colocamos delante del volante para jugar a que lo conducíamos. Sabíamos que el tío Juan había perdido la pierna por un accidente con el tractor, y cuando lo encontrábamos cojeando con la pernera suelta de su pantalón, lo mirábamos con respeto.
Una tarde el tío Juan me contó que en el fondo del pozo del colegio había un tesoro “¿Qué me estás contando? No te creo”. Pero él me explicó que fue durante la guerra, cuando algunos habitantes del pueblo tuvieron que huir y escondieron su posesiones más valiosas allí. Me dijo que algún día rescataríamos aquel tesoro. Y aunque el pozo se secó y nunca lo hicimos, desde entonces todavía le miré con más respeto.



Convertirme en princesaEva Lleonart

—¡Qué me estás contando!
No podía creer que el príncipe en persona visitaría el hospital y yo, como directora, le enseñaría las instalaciones. Mi astrólogo y aprendiz de brujo realizó el conjuro: A las doce en punto el heredero de la corona quedará hechizado y pedirá en matrimonio a quien esté mirando en ese instante.
Faltaba un minuto para las doce cuando el fornido camillero apareció al fondo del pasillo. Lucía uniforme blanco de manga corta y empujaba sin esfuerzo una camilla vacía. El príncipe lo contemplaba absorto e intenté llamar su atención. Alteza, ¿seguimos?
No hubo respuesta. Aunque no me extrañó, con esos brazos…



¿Diga? - Elisabet Baurier

La enfermera que le dio el resultado de las pruebas de esterilidad no sabía que tenía delante al hombre más poderoso del mundo.
La dependienta de la juguetería que le vendió el bingo ignoraba que aquel tipo montaría una revolución sólo porque no tendría a quién legar su cargo.
El taxista que lo llevó a la oficina no imaginó que transportaba al infértil responsable de adjudicar número a todos los teléfonos del planeta, el encargado de que no hubiese ningún número repetido, el controlador supremo de la telefonía universal.
La secretaria que le abrió la puerta intuyó que algo le pasaba porque nunca entraba sin decir hola.
El limpiacristales supuso que el hombre había enloquecido porque no paraba de sacar bolas del bingo, mirarlas y teclear números en los ordenadores de su mesa.
El programa de adjudicación de números se descontroló porqué cada vez que él entraba una nueva cifra alguien en el mundo perdía su número y éste se desviaba a otro teléfono.
La voz infantil que llamó a su móvil preguntando por tía Helena le hizo sonreír. Contestó “No sé qué me estás contando” y colgó. Entonces empezó el caos y, desgraciadamente, la enfermera nunca pudo comunicarle que se confundió con las pruebas.

viernes, 2 de mayo de 2008

MICRORELATOS DEL CONCURSO (I)

Mudanza - Joan Altimiras

La hierba crece de noche, oí que alguien decía. Yo nunca lo he visto.
—La cajas casi están preparadas —me dice —quedan unas pocas, saldré a por cinta adhesiva.
No consigo recordar cuando me dijo que se iba. —¿Qué estás haciendo? —le pregunté anoche, cuando vi que empezaba a meter cosas en las cajas que acababa de traer del supermercado.
Oigo la puerta cerrarse, me levanto del sillón, me ajusto el batín y miro por la ventana. La veo alejarse calle arriba, con paso apremiado. Deambulo por el apartamento entre las cajas a rebosar; las voy contando. Me extraña ver algunas de mis cosas en ellas. No entiendo porqué se las lleva, se lo preguntaré.
Ya lleva rato precintando cajas, cuando suena el timbre. —Es un amigo —me dice, pero sospecho que es su amante, por cómo se miran. —me ayudará con las cajas.
Me pide que me vista, no veo porqué. Me insiste y al final cedo cuando quiere ayudarme, para no contrariarla delante de un extraño.
Los miro sentado en el asiento trasero, con la ventanilla bajada, huele a primavera. Creía que estábamos en otoño.
Paramos delante de una casa antigua, grande, muy bonita y cuidada, tiene un gran jardín con mucha hierba y grandes árboles. Un chico con un carrito carga las cajas y una maleta y se los lleva. Me presenta a una señora muy guapa que lleva una bata blanca.
—Papá estarás muy bien —me dice, mientras me da un sonoro beso.



Desde el Paraíso - Carmen Mirones

Adán
¡Qué me estas contando Señor! Exclamó Adán cuando el Señor le dijo.
─Adan; hijo, te veo muy aburrido. Así que voy a darte una compañera.

Eva
¡Qué me estas contando! respondió Eva a la serpiente mientras ésta le contaba cosas muy interesantes sobre el árbol del bien y del mal.

La Serpiente
¿Qué me estas contando de Adán? Preguntó la curiosa serpiente a Eva, saliendo del sueño que le había producido el conejo que se había comido por la mañana.



La geometría de Juana - Carla Lazcano

“Me llamo Juana y estoy aquí porque, como todos pueden ver, hoy soy un rombo. No siempre fui así, pero una noche -el dolor, la sangre espesa en la ducha – sentí como mis curvas se transformaban en aristas. Salí del baño envuelta en la toalla intentando que mi marido no notara mis vértices. Fui a la cocina y cogí la tetera con estas estrellas inútiles que tengo en lugar de manos. Ni siquiera el estallido de la cerámica contra el suelo despertó a mi esposo. Entonces lloré, silenciosamente. Lloré por la pérdida de mi redondez y de mi niño.
Y va mi jefe y me dice no se qué de la crisis económica y la reducción de personal. Tonterías. Nadie quiere tener a un cuadrado bajo dependencia.
Y va mi marido y me dice que estoy ocupando toda la cama, pero ¿no ves que hoy soy un triángulo?, le dije.
Así que tuve que dejar mi trabajo y mi casa; mudarme a un sitio donde no molestara a nadie con mis puntas. Yo sólo quiero ser redonda para poder contener un tierno punto en mi interior.
Entonces una amiga me dijo que todos aquí eran polígonos como yo y que nadie iba a juzgarme por lo que les estoy contando.”
Todos aplauden. Ahora le toca el turno a Javier. Abrazada por sus palabras, Juana comienza a sentir como su ropa que hasta ahora parecía colgar de una rígida percha empieza a posarse suavemente sobre sus ondulados hombros.



Nada - Roser Mañé

Harta de preguntarle: “Qué me estás contando” y de no obtener respuesta, la Luna llena, en aquella noche vacía, abandonó al poeta.
Esperó al Sol, pero al amanecer, el astro cómplice lo cegó. El poeta ciego rompió con ira su “nada” y, desnudo de ella, gritó al mundo exigiendo luz. Fue entonces cuando éste le ayudó a escribir su primer poema.
Al día siguiente el Sol llamó a la Luna para que escuchara atenta las nuevas rimas. Ella dejó la noche vacía y escuchó al poeta.