martes, 13 de mayo de 2008

MICRORELATOS DEL CONCURSO (VI)

Los CelosCarmen Mirones

–¿Que por qué me estoy vistiendo así? ¿Cómo quieres que me vista después de lo qué me estas contando?
Oh, sí, ya sé lo que me vas a decir: que parece que me voy a poner debajo de una farola. Pues sabes: debajo de una farola no; ahora hace mucho frío. Aunque me estoy calentando por momentos. Y…¿ te acuerdas del cachas del equipo de hockey hielo? Sí, el bruto ese que está tan bueno. Pues esta noche me lo voy a cepillar. Aunque el muy estúpido se crea que es él, el que me está cepillando a mi.
Y no me mires con esa cara de asombro. No me has dicho que a mi querido novio…lo de querido es por…por…¡yo que sé! le has visto morreándose con la vedette de las animadoras. Pues ahora yo me voy; y no precisamente a morrear; con el capitán de su equipo, y…



VértigoElisabet Baurier

“Ayer tuve que atar las sillas a la mesa para que no resbalaran. Doctor, ¡eso no es vértigo! Sé que las pastillas que tomo causan mareos, pero le repito que me ha crecido una montaña debajo de casa. Ya no puedo arrastrar el carro de la compra hasta la puerta porque el camino del jardín tiene cada vez más pendiente. Veo los cuadros torcidos; y por mucho que separe la mesita, cuando me levanto vuelve a estar pegada a la cama. Me despierto con dolor de cabeza y me pitan los oídos como si por la noche la tierra hubiese estado crujiendo debajo de mí.
Una casa en el monte es preciosa, pero yo la compré en el valle y no es culpa mía que haya aparecido esa montaña. O, por lo menos, que yo lo crea. Así que he pensado mucho en lo que usted me estuvo contando… Una jubilada como yo, con una buena pensión de viudedad, no tiene porqué aguantar esta situación. Le haré caso: me voy. No me importa perder lo que adelanté, me compraré un piso en el edificio más alto de la ciudad y no habrá montaña capaz de moverlo.”
Cuando salió de la consulta el doctor cogió el teléfono, “Ya estás buscando el cartel CASA EN VENTA, diciendo a los de la excavadora que paren e ingresándome la comisión. La vieja se va.”



El asno y el lobo Salvador Carracedo
(no entró a concurso por superar la extensión requerida del microrelato)

Un asno, más majo que Platero y más listo que el hambre, al ver que se acercaba un lobo, y al entender que no podría escapar de su enemigo, simuló un dolor de tripas y comenzó a frotarse el vientre, ora con una pata, ora con la otra, emitiendo rebuznos de dolor y moviéndose a uno y a otro lado. El lobo, fingiéndose buen vecino, y ladeando la cabeza a derecha e izquierda en señal de preocupación, se aproximó y se interesó por el borrico.
-¿Qué le sucede, amigo asno, que le veo tan inquieto y afligido?
-Ay, hermano lobo, si usted supiera…-contestó el pollino.
-Cuente, cuente, que estoy impaciente… por saber.
-Pues verá…el caso es que ayer comí cierto pasto, que al parecer estaba envenenado, ¡mal haya quien lo envenenó!, y hoy tengo unos retortijones y una diarrea, ¡ay de mí! que me parece que acabaré difunto y con el cuerpo incomestible.
-¡Qué me estás contando!
-Lo que oyes, hermano lobo, lo que oyes.
-¡Ay pobre de mí, digo, pobre de usted! ¡Que San Francisco de Asís nos valga! ¿Y qué podemos hacer?
-¿Quisiera usted, en señal de hermandad y en preparación de su menú, acercarse más, practicarme unos masajes en el vientre, en salva sea la parte, y así aligerar mis vísceras y limpiar todo mi interior?
-Tarea humillante es, desde luego, -protestó el lobo.
-Lo es, lo es. Pero yo no quisiera ser anfitrión, dando asco a mi invitado. Piense que tras la humillación, tendrá usted un festín de primera.
-Lo que hay que hacer para comer!
Y el lobo, creyendo todo lo que el burro le había dicho, se colocó lo más cerca que pudo del borrico, y levantó las patas delanteras en ademán de iniciar sus servicios. El asno, entonces, concentrando toda su fuerza en las tripas y en las patas traseras, evacuó todo su interior sobre la cara del lobo, y le asestó tal coz, que no le dejó un solo diente en la boca. El lobo, haciendo ascos a la peste recibida, y sintiéndose un inútil comensal en tal convite, giró su semblante, enseñó sus posaderas y lloró de esta guisa, con el rabo por el suelo:
-Bien merecido lo tengo, porque, siendo mi oficio carnicero, ¿cómo se me ocurre hacer de curandero!?



El perro de mi novioDolores Ferrer

El perro de mi novio se llama Pedro.
El perro de mi novio es un baboso insufrible. Pierde más pelo del que tiene y le sobran algunos quilos.
El perro de mi novio es un vago incurable.
El perro de mi novio es un golfo insaciable que persigue todo aquello que huele a hembra de un modo sistemático, olvidándose inmediatamente de mí.
Me mira con sus grandes ojos marrones como única disculpa, quieto, sin articular palabra. ¿Qué me estás contando? Le respondo yo.
Es incapaz de hacer ningún trabajo de la casa y, cuando vamos de viaje, sólo pone pegas.
Pero es dulce y mimoso, el muy zorro. En las excursiones y acampadas se cuela de noche en mi saco de dormir como un bandido de novela rosa. Pega su cuerpo al mío y pasamos toda la noche moviéndonos porque el muy truhán es amigo de posturas difíciles.
Cuando le veo con su cabezota en mi pecho y con su cola tiesa y erguida le digo: "Eres un buen perro". No puedo resistirme a sus encantos. Cuando jadea tiene un algo.
Por si esto fuese poco, no para de ponerme en situaciones difíciles delante de la familia.
El perro de mi novio es un veneno muy dulce.
Quiero a mi novio, pero si algún día nos separamos me pienso quedar con su perro.

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