jueves, 8 de mayo de 2008

MICRORELATOS DEL CONCURSO (III)

Al amparo de la misma miradaJuan Carlos Ruíz

León era un Mastín de años cumplidos. Era canelo, grandullón… y tenía la mirada gravosa y callada, como todos los mastines. A la muerte de su amo de siempre, León quedó sin lindes que proteger, ni pies en los que guardar vigilias. Huérfano, vagó por caminos de hambre, y tuvo fatales encuentros con pastores trashumantes, que azuzaron a sus perros de rabia para que lo despedazaran con feroces dentelladas.
Una mañana de nómada soledad, el perro, encontró una verja abierta, y atraído por un olor a troncos de hogar, se adentró por un sendero de sombras que le condujeron hasta un caserón de labores.
José, se mecía en el vaivén de su mecedora bajo un emparrado de uvas. El perro tranqueó despacio…Se detuvo a unos pasos ante el viejo que dormitaba. Quizá intuyó en él, la continuación difusa de su antiguo amo…Se acercó un poco más…
–¿Y tú de donde sales viejo lobo?– José le extendió su mano con dulce curiosidad. –Estás flaco y desmelenado–. León, al relance de su calidez se aproximó confiado, y lo miró sin otra nobleza que su edad. Ambos se reconocieron en la misma mirada. Una mirada honesta, profunda, digna. –Ay perro… En esos ojos, parece que me estás contando los ojos de alguien–.
León, le olisqueó los pantalones de humo, y añoso, se recostó a sus pies, en la blandura del limo.
Arriba, en los álamos, los pájaros revoloteaban estúpidamente distraídos. Había paz en el aire. En el Otoño, el campo fluía sin tensión.



Un día por delanteFrancesc Sisteré

Un hombre, vestido con un traje impecable, su cuerpo ligeramente inclinado hacia delante, los brazos apoyados en la barra del bar, sigue inquieto los movimientos del camarero en su ritual diario, hervir el agua, unos minutos de reposo... El hombre mira su reloj, ya llego tarde, pero no puedo irme sin tomarme el té, piensa. Lo bebe a sorbos cortos, manteniendo la infusión en la boca unos segundos para no quemarse la garganta. Vacía por fin la taza y siente el calor apoderarse del interior de su cuerpo. La taza frente a él, todo un día por delante, imprevisible. Coge la taza con fuerza, las manos le tiemblan. Cierra los ojos, llena los pulmones con el aroma dulzón del ambiente y aguanta la respiración. A ver poso del té … ¿Qué me estás contando? Se acerca la taza, abre los ojos y, tras unos segundos, exhala el aire retenido, relajando toda su musculatura. Un nuevo día sin problemas.



¡Sorpresa! Débora Castillo

Bernardo frenó y salió para cerrar el garaje. No le vio venir, de repente lo tenía al lado.
- ¿Te interesa?
Con el susto, Bernardo no entendió.
- ¿Qué dices?
- Si te interesa una de estas, digo. Regalada.
El muchacho sostenía una cámara digital pequeña como la palma de su mano.
“Nos vendría bien en el estudio. Aun teniendo dos nos quedamos cortos”. Bernardo arrugaba el morro. “Estás majara. Tu muje es policía. Como sepa que compras género robado, te mata”.
- ¿De dónde ha salido?
- ¿De dónde? Esta se acaba de caer del camión.
- Robada.
- A ver tío ¿qué me estás contando? – estaba perdiendo la paciencia - ¿Tú sabes mi nombre? Yo tampoco sé como te llamas tú. Me das el dinero, te doy la cámara y adiós.
- ¡Bernardo! – Carolina, su mujer, desde el coche - ¡Llego tarde!
- No interesa, gracias.
Corrió al coche y arrancó.
- ¿Y ese?
- Quería dinero, para comer, decía, pero le olía el aliento a vino.
Por la noche al volver a casa, Carolina ya estaba allí.
- ¡Hola guapo! Estoy en la cocina. Tienes un regalito.
Encima de la mesa del despacho estaba la cámara de aquella mañana. Carolina sonaba desde la cocina.
- Hemos detenido a un chaval que llevaba cinco encima. Con mi compañero hemos pensado que quienes éramos para desperdiciar la oportunidad. Total, una para él, una para mí y tres para comisaría. Para el estudio te vendrá bien. ¿Te gusta cielo?



AngustiaMiguel Viola

Me encontraba perdido dentro de la habitación. Intentaba apresuradamente salir de allí. La ansiedad unida a la torpeza de mis movimientos me impedía encontrar el pomo de la puerta. Fuera la algarabía, la fiesta donde las risas se entrelazaban con los chistes y el buen humor. Yo en la negritud de aquella pequeña superficie probaba con mis manos sudorosas abrirla para poder contactar con aquella gente y su excitación. Palpaba nerviosamente por las paredes. El nerviosismo me impedía hallar la llave que quien sabía donde la había puesto. Metido en la penumbra afloraban en mí los negros sentimientos desde la desorientación hasta la desesperación por salir de aquel cuarto. Mientras un ejército de espectros fantasmales en una especie de aquelarre se agolpaban sobre mis sienes intentando mi aniquilación. Intenté un grito, pero quedo ahogado entre el vocerío ensordecedor. Transcurrió mucho tiempo hasta que se difuminaron las risas y los gozos. De pronto se hizo el silencio. Mientras mi cuerpo se contorneaba entre las esquinas de aquellas paredes de corcho de fina y sutil capa, tan sutil como la capa que separa el mundo real del fantástico, cayendo en pronto supino, alzando la mirada de mis ojos vidriosos fijándome en aquella débil y tenue luz en el fondo del techo que lentamente iba desapareciendo.

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