domingo, 11 de mayo de 2008

MICRORELATOS DEL CONCURSO (V)

Chocolate y vainillaCarla Lazano

- Chocolate y vainilla. (Hasta para tomar helado me falta imaginación. Siempre: chocolate y vainilla.) - Gracias. (Mierda. Ahí está él y yo con este cucurucho tan grande que podría ser mi padre.)

- Hola Guillermo. (Dejá de sonreír como una idiota.)
- Hola. Siempre nos cruzamos en esta plaza...¿Qué tal la vida?
- Bien. (¿Y si le digo que paso por aquí cada día sólo para volver a encontrarlo...?) – Y vos, ¿cómo estás? (Estás tan bueno que deberías ser un gusto de helado.)
- Muy bien.
(Ahora es el momento donde digo algo inteligente.) – Lindo día, ¿no?
- Sí, decían que llovería pero ya ves... El helado, Julia, se te está derritiendo.
( Recuerda mi nombre...) – Sí, que despistada soy. (¿Cómo voy a lamerme los dedos de esta forma? Tengo la sensualidad de un reptil.)
- ¿Vives por aquí?
- Sí, pero con mi madre.( ¡¿....pero con mi madre?! Con ésto le di a entender que si pudiera lo invitaría a casa para besarlo hasta perder el sentido.)
- Yo también, pero eso no nos impide tomar un café algún día.
(Tiene la sonrisa más luminosa que he visto.) – Claro que no. (Si es que podría abrazarte y colgar de tus hombros toda la vida.)
- El viernes por la noche estaré sentado en aquel banco, junto a la fuente. Ahora tengo que irme. Nos vemos.

(Ya estoy contando los días que faltan para volver a verte.) - Basta de chocolate y vainilla - dijo Julia y tiró el helado al suelo.




El banquete - Débora Castillo

Leonardo nos voceaba como a presos en galeras.
-¡A ver tú, móntame ahí la mesa para los postres! ¡Úrsula! ¿qué me estás contando?
- Los solomillos. Ciento cuarenta.
-¡Víctor, cuéntame las lubinas, Tiene que haber ochenta! ¡Deprisa que nos coge el toro!
Los invitados entraban en la sala.
-¿Cómo van las ensaladas?
- En el carro. Listas para salir.
Afuera sonó la marcha nupcial. Los novios llegaban al restaurante.
Desde la cocina oíamos una voz soliviantada de mujer que no combinaba nada bien con la música.
-¡Me cago en tu padre, Zacarías! No me digas que esto de empezar el matrimonio con secretos no es honesto. ¿Tú crees que este es el mejor momento para contármelo?
La voz aullaba cada vez más cerca de la cocina. Las puertas se abrieron y entró la novia tirando del novio que venía dócil, con la cara tan blanca como el vestido de ella.
-Ahora te van a dar mucho por culo. Yo me voy y tú te quedas para explicar a todos lo que ha pasado. Que se enteren de que pie calzas. Por casa ni se te ocurra aparecer. ¡Adiós, capullo!
La novia salió por la puerta de atrás. El novio se quedó tieso y desbaratado.
Camareros y ayudantes de cocina estábamos serios y en posición de firmes aunque, por dentro, sonreíamos con el estómago. Era, posiblemente, uno de los peores días en la vida de aquellos dos, pero nosotros íbamos a cenar solomillo y lubina. Como dios.




LluviaNuria Millet

La lluvia es un estado de ánimo. Me preguntaba cuando había empezado a preferir los inviernos y otoños. Estábamos en un comedor de bóveda de piedra antigua, y en el exterior la lluvia caía con fuerza, lavando las hojas de los árboles y alimentando el musgo que recubría las rocas. Dentro de la casa las llamas de la chimenea se agitaban crepitando en un baile incansable. Un montón de leños de madera esperaban convertirse en cenizas.

Y nosotros cenábamos al calor de la conversación. Por un momento me quedé mirando el cristal de la copa como si reflejara los veinte años que llevaba junto a Daniel. Una década era un periodo importante y significativo en cualquier vida. Dos décadas eran un periodo definitivo. Los dos habíamos enredado nuestras vidas, construyendo un oasis de cariño y complicidad. Y ahora habían pasado dos meses desde el diagnóstico. Intenté hablarle del tratamiento, de afrontar juntos lo que viniera...“Pero ¿qué me estás contando?", preguntó Daniel. Él no estaba dispuesto a tirar la toalla. “Estoy seguro de que todo irá bien. Y también estoy seguro de que el año que viene volveremos juntos a esta casa perdida en el bosque.” Y sus ojos sonrieron.




Mafalda emigra a EspañaAlicia Sánchez

“¿Qué hace Mafalda en España?”, seguro que te estás preguntando.
Estudié idiomas y quise trabajar en la ONU pero no aprobé las oposiciones. También fallé en mi intento de casarme con aquel morocho de ojos verdes que vivía a dos cuadras de mi casa. Susanita se operó los pechos y así, siliconada, le fue muy fácil arrebatármelo. Sí, me quedaba Felipe, pero es que resulta que Felipe era gay. Se hizo una ortodoncia y así, con unos dientes de anuncio, se fue a San Francisco. Creo que ahora es el Boris Izaguirre de allá. También estaba Miguelito. Lo último que supe de él es que andaba tirado por los bajos fondos de Buenos Aires. Quiso ser poeta pero, en su búsqueda del paraíso, se enredó con la falopa y así se ha quedado, delirado de tanto darle al verso. Ya sólo quedaba Manolito, y con Manolito me casé. El pibe valía lo suyo, y, a los 30 años, ya era el dueño de una cadena de supermercados. Pero llegó la crisis y nos arruinamos. Fue entonces cuando llegamos a España.
Yo doy clases particulares y mi marido trabaja de reponedor. Laburo diez horas al día y mi sueldo es una miseria. Me pasó el día contando los años que me quedan para jubilarme.
Y, por si fuera poco, hoy he llegado a casa rendida después de un día de perros y ¿qué me encuentro en la mesa? Un plato de sopa. ¡Puaj!

No hay comentarios: